“Felices los que escuchan la Palabra de Dios y la practican” (Lc.11,28)

sábado, 7 de febrero de 2015

COMENTARIO A Mc 1,29-39


En continuidad con los versículos anteriores (21-28), el pasaje describe la conclusión de una jornada típica de Jesús. Aquí está en Cafarnaún, un día de Sábado, y, después de haber participado en la liturgia en la sinagoga, Jesús continúa la celebración de la fiesta en la casa de Pedro, en un clima familiar. Con el ocaso del sol, terminado el descanso, Jesús continúa su ministerio, extendiéndolo a toda Galilea. El Evangelio nos presenta tres secuencias, que no es una crónica, para que el lector(a) sepa lo que ha hecho Jesús en Cafarnaún, sino que revelan el misterio grande de la salvación de Cristo, que trastorna nuestras vidas. Puede ayudar el estar atentos al recorrido que Jesús hace: de la sinagoga a la casa, al desierto, hasta todas las aldeas de Galilea. Y también en el correr de los tiempos que subraya el evangelista: al llegar la tarde, o sea al ocaso del sol y la mañana inmersa todavía en la obscuridad.

Dentro y fuera de la casa: El misterio latente en la persona de Jesús pretende desvelarse en torno a la casa de Pedro (¿símbolo de la Iglesia?) mediante numerosas sanaciones. La primera de ellas, que prepara todas las demás, parece dictada por un testigo ocular. La descripción es de una simplicidad extrema. Se excluye toda espectacularidad. El milagro no es teatro. El gesto de Jesús es natural. Pero, como todo gesto, lleva en sí una carga simbólica perenne. Las dos palabras centrales de la narración («la levantó... y se puso a servirles») revelan que el poder de Jesús levanta al ser humano de su estado de postración para encaminarle sobre el sendero del servicio, que es el sendero de todo discípulo(a) (véase 9,33-37; 10,35-45). Las demás sanaciones invitan a ver en Jesús a aquel que tiene poder para salvar al ser humano de sus miserias más profundas, cargando con todas nuestras enfermedades (véase Is 53,4; Mt 8,17). Todas son acciones elocuentes. Pero es todavía demasiado pronto para emitir un juicio acertado sobre la persona misteriosa de Jesús. El entusiasmo puede traicionar. Como los demonios, el ser humano debe callar y esperar.

Misión evangelizadora: Jesús en el evangelio entra en la vida de las personas, es uno de ellos en su cotidianidad. Lo acompañamos con Simón y Andrés a la casa de Pedro. La casa, el lugar íntimo done se comparte el techo, la mesa. Allí se encuentra con una anciana enferma, la suegra de Pedro, Jesús se acerca, la toma de la mano y la levanta. Un gesto tan simple como es el acercarse, y tomar de la mano hace el milagro de recuperar a esta mujer, que no sólo recupera su salud, sino su capacidad de servicio. Al atardecer muchos vinieron a buscarlos, y relata el evangelista que Jesús continuó sanando. Era común en la época de Jesús que los enfermos fueran tenidos por malditos o poseídos por espíritus malos, de manera que eran alejados, excluidos y nadie se atrevía a acercarse a ellos. Jesús, al contrario, se entrega con amor y dedicación a su cuidado, siendo su servidor. La acción de sanación, la lucha contra el mal, la liberación del ser humano es la práctica habitual de Jesús. Tan importante como hacer el bien, es evitar el mal y luchar contra él, dar la vida para ir devolviendo la paz, la salud, el bienestar, la felicidad... a todos aquellos que la han perdido. Anunciar hoy el Reino exige construirlo simultáneamente. La evangelización, la nuestra, con la de Jesús, no puede ser sólo cuestión de hablar, sino de hacer, de construir: luchar contra el mal, sanar, curar, rehabilitar a los hermanos, ponernos a su servicio, acompañar y dignificar la vida que, en todas sus manifestaciones, es manifestación de la mano liberadora de Dios.

«Allí se puso a orar»: Esa misma noche, «de madrugada», entre las tres y las seis de la mañana, Jesús se levanta y, sin avisar a sus discípulos, se retira al descampado. «Allí se puso a orar». Necesita estar a solas con su Padre. No quiere dejarse aturdir por el éxito. Sólo busca la voluntad del Padre: conocer bien el camino que ha de recorrer. Sorprendidos por su ausencia, Simón y sus compañeros corren a buscarlo. No dudan en interrumpir su diálogo con Dios. Sólo quieren retenerlo: «Todo el mundo te busca». Pero Jesús no se deja programar desde fuera. Sólo piensa en el proyecto de su Padre. Nada ni nadie lo apartará de su camino. No tiene ningún interés en quedarse a disfrutar de su éxito en Cafarnaúm. No cederá ante el entusiasmo popular. Hay aldeas que todavía no han escuchado la Buena Noticia de Dios: «Vamos… para predicar también allí».

Las tinieblas transfiguradas por la luz de Cristo: El tema de la noche, de la obscuridad, de las tinieblas, atraviesa un poco toda la Escritura, desde los primeros versículos, cuando la luz aparece como la primera manifestación de la fuerza del amor de Dios, que crea y salva. A las tinieblas sigue la luz, a la noche el día y paralelamente la Biblia nos hace ver que también a la obscuridad interior que puede invadir al ser humano, sigue la luz nueva de la salvación y del encuentro con Dios, del abrazo en aquella mirada suya luminosa que embelesa. «Por ti las tinieblas son como la luz», dice el salmo (138,12) y es verdad, porque el Señor es la misma luz: «El Señor es mi luz y mi salvación» (Sal 26,1). En el Evangelio de Juan, Jesús afirma de si mismo que es la luz del mundo (Jn 9,5), para indicarnos que quien le sigue no camina entre tinieblas; de hecho, es Él quien, como Palabra de Dios, se convierte en lámpara para nuestros pasos en este mundo (Sal 118,105).

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