“Felices los que escuchan la Palabra de Dios y la practican” (Lc.11,28)

martes, 17 de febrero de 2015

Comentario bíblico: Mc 1,12-15






El contexto: La Buena Nueva de Dios, preparada a través de la historia (1,1-8), fue proclamada solemnemente por el Padre en el momento del Bautismo de Jesús (1,9-11). Ahora aquí, en nuestro texto, viene probada en el desierto (1,2-13) y, de pronto, aparece el resultado de la larga preparación. Jesús anuncia la Buena Nueva públicamente al pueblo (1,14-15).  En los años setenta, época en la escribe Marcos, los cristianos, leyendo esta descripción del comienzo de la Buena Nueva, miraban en el espejo de la propia vida. Desierto, tentación, prisión no faltaba. Eran el pan de cada día. Y sin embargo, como Jesús, trataban de anunciar la Buena Nueva de Dios.

Tentación en el desierto (1,12-13): La condición mesiánica de Jesús y su filiación divina no le sustraen de la historia humana y, consiguientemente, tampoco de sus pruebas y sufrimientos. Al contrario. Le sumergen de lleno en la lucha que en esa historia se libra. También él, como verdadero hombre, tiene que vivir el desierto de la prueba y recorrer el duro camino –al igual que lo hizo el pueblo de Israel– que conduce a la salvación. Pero ¿en qué consiste esa prueba purificadora de su estancia en el desierto? Marcos, a diferencia de Mateo y Lucas, no ofrece aquí la respuesta. Intentará darla a lo largo de toda su obra, porque la tentación se prolongará durante todo el desarrollo de su misión mesiánica. Siempre habrá alguien que pretenda disuadirlo, apartarlo del camino que el Padre le ha trazado. Su vida será una constante lucha entre el “fuerte” y el “más fuerte” (3,21-30), lucha que concluirá en una victoria definitiva para él, anunciada ya desde ahora con las imágenes de los animales salvajes y los ángeles a su servicio (Gn 2 y 3). Jesús será el segundo Adán, que, venciendo a quien venció al primero, restablecerá para toda la creación el proyecto originario de Dios.

El Proyecto de Jesús: El Reino de Dios: Al comienzo del relato de Marcos sobre la vida de Jesús, antes de presentar su práctica liberadora, se nos dice de una forma muy solemne: Después que tomaron preso a Juan, Jesús fue a la provincia de Galilea a proclamar la buena nueva de Dios. Hablaba de esta forma: «el plazo está vencido, el Reino de Dios está llegando. Tomen otro camino y crean en la Buena Nueva». (1,14-15). Es un hecho histórico innegable, atestiguado por toda la tradición y todos los documentos y fuentes, que el centro de la acción y predicación de Jesús fue el Reino de Dios. Jesús no se predicó a sí mismo, tampoco predicó a la Iglesia; ni siquiera podemos decir que el objeto de su predicación fue Dios en sí mismo, sino el Reino de Dios. Este fue el secreto más profundo de la vida de Jesús: su proyecto histórico, su estrategia, el sentido de su vida.

Jesús busca con su práctica y su palabra restaurar el proyecto de Dios en la historia; con su práctica de liberación, quiere también hacer justicia a los pobres y oprimidos y así restaurar el proyecto de Dios. Por eso Jesús descubre la presencia del Reino de Dios, de la intervención liberadora de Dios en la historia, en todas las acciones que él está haciendo.  Cuando Jesús sana a los endemoniados, cuando cura a los enfermos y leprosos,  cuando perdona los pecados y come en casa de los publicanos y pecadores, cuando restaura la vida humana aunque sea en día Sábado y pone la ley al servicio del ser humano y libera al ser humano del servicio a la ley, etc. entonces está llegando el Reino de Dios. Dios está haciendo justicia y liberando. Dios está interviniendo en la historia a través de sus acciones y palabras. Por eso es que la llegada del Reino de Dios es una Buena Noticia para todos los pobres y oprimidos de la Galilea donde él estaba actuando.

El pueblo judío esperaba la venida de un Mesías, cuya función sería la de restaurar el Reino de Dios. Pero los judíos del tiempo de Jesús tenían una idea totalmente diferente del Reino de Dios. La gran mayoría  de  ellos  identificaba  el  Reino  de  Dios  con  el  reino  de  Israel,  el  reino  político  de  una  nación determinada. Los judíos esperaban así un Mesías que  vendría a liberar al  pueblo judío del dominio  del Imperio Romano y  transformarlo en una nación poderosa. Ellos esperaban que el Mesías viniera de una manera extraordinaria, espectacular, que sería recibido en Jerusalén por todas las autoridades máximas de la nación. Jesús estaba predicando la llegada del Reino de Dios de una manera totalmente diferente. No lo hacía en Jerusalén, la capital, donde vivían los judíos importantes y ricos, los judíos «puros», que no se mezclaban con los paganos, sino que Jesús predicaba en la provincia de Galilea, región despreciada por la capital. Jesús no se dirigía a las autoridades del templo judío, a los sumos sacerdotes, a los grandes letrados, a los representantes de las grandes familias y a los terratenientes de la época, sino que Jesús se dirigía a las multitudes pobres y despreciadas de la Galilea: campesinos, pescadores, enfermos, endemoniados, leprosos,  pecadores, publicanos. Jesús no venía a restaurar el reino político de Israel, sino que venía a liberar a los pobres y oprimidos, venía para hacer justicia para restaurar el proyecto de Dios.

Esta manera de anunciar el Reino de Dios fue una buena noticia para los pobres, pero fue una mala noticia, una noticia inquietante e indignante para los jefes del pueblo de Israel. Jesús proclamaba que la vida humana era más importante que la Ley, que la presencia liberadora de Dios estaba entre los pecadores, que el Reino de Dios era como una boda, como un vestido nuevo, como un vino nuevo, que  entraba en total contradicción con todo el sistema político y religioso de Israel, todo esto iba en contra de la teología dominante, en contra de las autoridades de Israel y sus propias esperanzas de liberación que eran de opresión y dominación para las mayorías pobres de la época de Jesús. Es por todo esto que los fariseos y autoridades decidieron asesinar a Jesús. Como la concepción de Jesús sobre el Reino de Dios era tan diferente a la concepción dominante, Jesús no quiso llamarse, ni quiso que lo llamaran con el título de Mesías. Para Jesús ser considerado Mesías era como una tentación. A Jesús le interesaba por encima de todo dejar bien claro cómo él entendía el Reino de Dios, como acción liberadora de Dios en la historia, buena noticia para todos los pobres, oprimidos y despreciados de su tiempo.

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