El contexto: La Buena Nueva de Dios, preparada a través de
la historia (1,1-8), fue proclamada solemnemente por el Padre en el momento del
Bautismo de Jesús (1,9-11). Ahora aquí, en nuestro texto, viene probada en el
desierto (1,2-13) y, de pronto, aparece el resultado de la larga preparación.
Jesús anuncia la Buena Nueva públicamente al pueblo (1,14-15). En los años setenta, época en la escribe
Marcos, los cristianos, leyendo esta descripción del comienzo de la Buena
Nueva, miraban en el espejo de la propia vida. Desierto, tentación, prisión no
faltaba. Eran el pan de cada día. Y sin embargo, como Jesús, trataban de
anunciar la Buena Nueva de Dios.
Tentación en el desierto (1,12-13): La condición mesiánica de Jesús y su filiación
divina no le sustraen de la historia humana y, consiguientemente, tampoco de
sus pruebas y sufrimientos. Al contrario. Le sumergen de lleno en la lucha que
en esa historia se libra. También él, como verdadero hombre, tiene que vivir el
desierto de la prueba y recorrer el duro camino –al igual que lo hizo el pueblo
de Israel– que conduce a la salvación. Pero ¿en qué consiste esa prueba
purificadora de su estancia en el desierto? Marcos, a diferencia de Mateo y
Lucas, no ofrece aquí la respuesta. Intentará darla a lo largo de toda su obra,
porque la tentación se prolongará durante todo el desarrollo de su misión
mesiánica. Siempre habrá alguien que pretenda disuadirlo, apartarlo del camino
que el Padre le ha trazado. Su vida será una constante lucha entre el “fuerte” y el “más fuerte” (3,21-30), lucha que concluirá en una victoria
definitiva para él, anunciada ya desde ahora con las imágenes de los animales
salvajes y los ángeles a su servicio (Gn 2 y 3). Jesús será el segundo Adán,
que, venciendo a quien venció al primero, restablecerá para toda la creación el
proyecto originario de Dios.
El Proyecto de Jesús: El Reino de Dios: Al comienzo
del relato de Marcos sobre la vida de Jesús, antes de presentar su práctica
liberadora, se nos dice de una forma muy solemne: Después que tomaron preso a
Juan, Jesús fue a la provincia de Galilea a proclamar la buena nueva de Dios.
Hablaba de esta forma: «el plazo está
vencido, el Reino de Dios está llegando. Tomen otro camino y crean en la Buena
Nueva». (1,14-15). Es un hecho histórico innegable, atestiguado por toda la
tradición y todos los documentos y fuentes, que el centro de la acción y
predicación de Jesús fue el Reino de Dios. Jesús no se predicó a sí mismo,
tampoco predicó a la Iglesia; ni siquiera podemos decir que el objeto de su
predicación fue Dios en sí mismo, sino el Reino de Dios. Este fue el secreto
más profundo de la vida de Jesús: su proyecto histórico, su estrategia, el sentido
de su vida.
Jesús busca con su práctica y su palabra restaurar el proyecto de Dios
en la historia; con su práctica de liberación, quiere también
hacer justicia a los pobres y oprimidos y así restaurar el proyecto de Dios.
Por eso Jesús descubre la presencia del Reino de Dios, de la intervención
liberadora de Dios en la historia, en todas las acciones que él está
haciendo. Cuando Jesús sana a los
endemoniados, cuando cura a los enfermos y leprosos, cuando perdona los pecados y come en casa de
los publicanos y pecadores, cuando restaura la vida humana aunque sea en día
Sábado y pone la ley al servicio del ser humano y libera al ser humano del
servicio a la ley, etc. entonces está llegando el Reino de Dios. Dios está
haciendo justicia y liberando. Dios está interviniendo en la historia a través
de sus acciones y palabras. Por eso es que la llegada del Reino de Dios es una
Buena Noticia para todos los pobres y oprimidos de la Galilea donde él estaba
actuando.
El pueblo judío esperaba la venida de un Mesías,
cuya función sería la de restaurar el Reino de Dios. Pero los judíos del tiempo
de Jesús tenían una idea totalmente diferente del Reino de Dios. La gran
mayoría de ellos
identificaba el Reino
de Dios con
el reino de
Israel, el reino
político de una
nación determinada. Los judíos esperaban así un Mesías que vendría a liberar al pueblo judío del dominio del Imperio Romano y transformarlo en una nación poderosa. Ellos
esperaban que el Mesías viniera de una manera extraordinaria, espectacular, que
sería recibido en Jerusalén por todas las autoridades máximas de la nación.
Jesús estaba predicando la llegada del Reino de Dios de una manera totalmente
diferente. No lo hacía en Jerusalén, la capital, donde vivían los judíos
importantes y ricos, los judíos «puros»,
que no se mezclaban con los paganos, sino que Jesús predicaba en la provincia
de Galilea, región despreciada por la capital. Jesús no se dirigía a las
autoridades del templo judío, a los sumos sacerdotes, a los grandes letrados, a
los representantes de las grandes familias y a los terratenientes de la época,
sino que Jesús se dirigía a las multitudes pobres y despreciadas de la Galilea:
campesinos, pescadores, enfermos, endemoniados, leprosos, pecadores, publicanos. Jesús no venía a
restaurar el reino político de Israel, sino que venía a liberar a los pobres y
oprimidos, venía para hacer justicia para restaurar el proyecto de Dios.
Esta manera de anunciar el Reino de Dios fue una
buena noticia para los pobres, pero fue una mala noticia, una noticia
inquietante e indignante para los jefes del pueblo de Israel. Jesús proclamaba
que la vida humana era más importante que la Ley, que la presencia liberadora
de Dios estaba entre los pecadores, que el Reino de Dios era como una boda, como
un vestido nuevo, como un vino nuevo, que
entraba en total contradicción con todo el sistema político y religioso
de Israel, todo esto iba en contra de la teología dominante, en contra de las
autoridades de Israel y sus propias esperanzas de liberación que eran de
opresión y dominación para las mayorías pobres de la época de Jesús. Es por
todo esto que los fariseos y autoridades decidieron asesinar a Jesús. Como la
concepción de Jesús sobre el Reino de Dios era tan diferente a la concepción
dominante, Jesús no quiso llamarse, ni quiso que lo llamaran con el título de
Mesías. Para Jesús ser considerado Mesías era como una tentación. A Jesús le
interesaba por encima de todo dejar bien claro cómo él entendía el Reino de
Dios, como acción liberadora de Dios en la historia, buena noticia para todos
los pobres, oprimidos y despreciados de su tiempo.
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