“Felices los que escuchan la Palabra de Dios y la practican” (Lc.11,28)

lunes, 23 de febrero de 2015

Comentario bíblico: Marcos 9,2-10





1. Contexto: El anuncio de la pasión sumergió a los discípulos en una profunda crisis. Ellos se encontraban en medio de los pobres, pero en sus cabezas todo era confusión, perdidos como estaban en la propaganda del gobierno y en la religión oficial de la época (8,15). La religión oficial enseñaba que el Mesías sería glorioso y victorioso. Y es por esto por lo que Pedro reacciona con mucha fuerza contra la cruz (8,32) Un condenado a la muerte de cruz no podía ser el Mesías, al contrario, según la Ley de Dios, debía ser considerado como un “maldito de Dios” (Dt 21,22-23). Ante esto, la experiencia de la Transfiguración de Jesús podía ayudar a los discípulos a superar el trauma de la Cruz. En efecto, en la Transfiguración, Jesús aparece en la gloria, y habla con Moisés y con Elías de su Pasión y Muerte (Lc 9,31). El camino de la gloria pasa por tanto por la cruz.

En los años 70, cuando Marcos escribe su evangelio, la cruz constituía un gran impedimento para la aceptación de Jesús como Mesías por parte de los judíos. ¿Cómo podía ser que un crucificado, muerto como un marginado, pudiese ser el gran Mesías esperado por siglos de los pueblos? La cruz era un impedimento para creer en Jesús. “La cruz es un escándalo” decían (1Cor 1,23). Las comunidades no sabían cómo responder a las preguntas críticas de los judíos. Uno de los mayores esfuerzos de los primeros cristianos consistía en ayudar a las personas a comprender que la cruz no era un escándalo, ni locura, antes bien, era la expresión del poder y de la sabiduría de Dios (1Cor 1,22-31). El evangelio de Marcos contribuye a este esfuerzo. Se sirve de textos del Primer Testamento para describir la escena de la Transfiguración. Ilumina los hechos de la vida de Jesús y muestra que en Jesús se ven realizadas las profecías y que la Cruz es el camino que conduce a la gloria. ¡Y no sólo la cruz de Jesús era un problema! En los años 70 la cruz de la persecución formaba parte de la vida de los cristianos. En efecto, poco tiempo antes, Nerón había desencadenado la persecución y hubo muchos muertos. Hasta hoy, muchas personas sufren porque son cristianos y porque viven el evangelio. ¿Cómo afrontar la cruz? ¿Qué significado tiene?

2. La voz del cielo (9,7): Apenas Jesús queda envuelto en la gloria, una voz del cielo dice: “Este es mi Hijo predilecto. Escúchenlo. La expresión “Hijo predilecto” evoca la figura del Mesías Siervo, anunciado por el profeta Isaías (cf. Is 42,1). La expresión  Escúchenlo” evoca la profecía que prometía la llegada de un nuevo Moisés (cf. Dt 18,15). En Jesús, se están realizando las profecías del Primer Testamento. Los discípulos no podían dudarlo. Los cristianos de los años 70 no podían dudarlo. Jesús es verdaderamente el Mesías glorioso, pero el camino de la gloria pasa por la cruz, según el anuncio dado en la profecía del Siervo (Is 53,3-9). La gloria de la Transfiguración es la prueba. Moisés y Elías lo confirman. El Padre es el garante. Jesús la acepta.

3. En medio de los conflictos con los fariseos y los herodianos (8,11-21), Jesús deja la Galilea y se dirige a la región de Cesárea de Filipo (8,27), donde comienza a preparar a sus discípulos. Por el camino, lanza una pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?” (8,27). Después de haber escuchado la respuesta que lo consideraban el Mesías, Jesús empieza a hablar de su Pasión y Muerte (Mc 8,31). Pedro reacciona: “¡No quiera Dios, Señor, que esto suceda!” (Mt 16,22). Jesús replica: “¡Lejos de mi Satanás” Tú me sirves de escándalo, porque no piensas según Dios, sino según los hombres!” (8,33). Fue un momento de crisis. Los discípulos presos por la idea de un Mesías glorioso (8, 32-33; 9,32), no comprenden la propuesta de Jesús y tratan de conducirla por otro camino. Estaba cercana la fiesta de las Tiendas, (cf. Lc 9,33), en la que la expectativa mesiánica popular por lo general acostumbraba a aumentar y mucho. Jesús sube a la montaña a orar (Lc 9,28). Vence la tentación por medio de la oración. La manifestación del Reino sería muy diferente de lo que la gente se imaginaba. La victoria del Siervo llegaría a través de la condena a muerte (Is 50,4-9; 53,1-12). La cruz aparece en el horizonte, no ya como una posibilidad, sino más bien como una certeza.

Guía para la lectura orante: Marcos 9,2-10



 
1.Oración Inicial: Danos tu Espíritu, Padre, para que en una verdadera conversión podamos recibir a tu Hijo que pasa por nuestra historia y así reconocerlo, nuestro pastor y maestro, como el Esposo que ofrece la vida por la humanidad. Danos una visión límpida, un corazón pronto para escuchar, danos el estar siempre preparados para colaborar en la alegría de nuestros hermanos. AMÉN. 
 
2. Lectura: ¿Qué dice el texto?

a. Introducción: Después del anuncio de la pasión y del llamado al seguimiento, Marcos introduce el relato de la transfiguración.  Las severas y desconcertantes palabras de Jesús sobre el camino doloroso del Mesías y del discípulo provocan abatimiento y desilusión entre los suyos. Estos necesitan rehacerse, recobrar fuerzas y coraje. A ello se orienta la transfiguración sobre el monte. A tres discípulos se les otorga el privilegio de una experiencia singular, que les sirve de iluminación, aliento y exhortación: iluminación sobre la verdadera identidad y el destino último de Jesús; aliento para que los discípulos puedan recorrer el camino del Maestro. Abramos nuestros corazones a escuchar la Palabra de Dios.

b. Leer el texto: Marcos 9,2-10: Hacer una lectura atenta, pausada y reflexiva. Leerlo una segunda vez.

c.  Un momento de silencio orante: Hacemos un tiempo de silencio, para que la palabra de Dios pueda penetrar en nuestros corazones. 

d.   ¿Qué dice el texto?

1)     Cada persona lee el versículo o parte del texto que te impresionó más.
2)     ¿Dónde se encuentra Jesús? ¿Quiénes lo acompañan?
3)     ¿Quién habla?  ¿Qué dice?
4)     ¿Quienes aparecen en la escena?  ¿Qué significan esos personajes para los judíos?
5)     ¿Cuál es el mensaje de la voz del cielo para Jesús? ¿Y cuál es el mensaje para los discípulos?

3. Meditación: ¿Qué nos dice el texto hoy a nuestra vida? Seleccionar las preguntas más significativas para el grupo.  Lo importante es conocer y profundizar el texto, reflexionarlo y descubrir su sentido para nuestra vida.

a)     ¿Necesito un alto en el camino - como el que proporcionó Jesús a sus tres discípulos en el monte Tabor - para verle transfigurado y transfigurar así también mi vida?
b)   Vamos por la vida caminando con gozo hacia el encuentro glorioso con Cristo resucitado; ¿Estamos dispuestos a asumir que a ese triunfo final sólo se llega pasando por la cruz, por el servicio, por la vida entregada por y a los hermanos(as)?, ¿O preferimos quedarnos en el monte (hacer tres tiendas) sin continuar hasta el Calvario?
c)     ¿Qué significa escuchar a Jesús hoy?
d)    ¿Cómo transfigurar hoy, la vida personal y familiar, y la vida comunitaria en nuestro barrio?
e)     ¿Cuál es el mensaje del texto para nuestra vida hoy y qué podemos hacer en concreto para que se haga realidad?

4. Oración: ¿Qué le decimos a Dios después de escuchar y meditar su Palabra? Ponemos en forma de oración todo aquello que hemos reflexionado sobre el Evangelio y sobre nuestra vida. «Este es mi Hijo, el Amado, escúchenlo».

5. Compromiso: Contemplar a Dios, volver la mirada al mundo y comprometerse con el Reino de Dios y su justicia: ¿A qué me compromete el “escuchar a Jesús”?  ¿Qué puedo cambiar en mi vida a partir de sus palabras y su vida?  Ofrecerle al Señor alguna actitud concreta para vivir en la semana. Llevamos una “palabra”. Tratar de tenerla en cuenta en todo momento y buscando un momento cada día para recordarla y tener un tiempo de oración cotidiano donde volver a conversarla con el Señor.

6. Oración final: Dios, Padre nuestro, que nos invitas a "escuchar a tu Hijo muy amado", Jesucristo; abre nuestros corazones para que sepamos recibir su Palabra con cariño y confianza, la pongamos por obra, y así lleguemos a participar un día de la plenitud de su felicidad gloriosa.  AMÉN. Padre Nuestro que estás en el cielo... 

martes, 17 de febrero de 2015

Comentario bíblico: Mc 1,12-15






El contexto: La Buena Nueva de Dios, preparada a través de la historia (1,1-8), fue proclamada solemnemente por el Padre en el momento del Bautismo de Jesús (1,9-11). Ahora aquí, en nuestro texto, viene probada en el desierto (1,2-13) y, de pronto, aparece el resultado de la larga preparación. Jesús anuncia la Buena Nueva públicamente al pueblo (1,14-15).  En los años setenta, época en la escribe Marcos, los cristianos, leyendo esta descripción del comienzo de la Buena Nueva, miraban en el espejo de la propia vida. Desierto, tentación, prisión no faltaba. Eran el pan de cada día. Y sin embargo, como Jesús, trataban de anunciar la Buena Nueva de Dios.

Tentación en el desierto (1,12-13): La condición mesiánica de Jesús y su filiación divina no le sustraen de la historia humana y, consiguientemente, tampoco de sus pruebas y sufrimientos. Al contrario. Le sumergen de lleno en la lucha que en esa historia se libra. También él, como verdadero hombre, tiene que vivir el desierto de la prueba y recorrer el duro camino –al igual que lo hizo el pueblo de Israel– que conduce a la salvación. Pero ¿en qué consiste esa prueba purificadora de su estancia en el desierto? Marcos, a diferencia de Mateo y Lucas, no ofrece aquí la respuesta. Intentará darla a lo largo de toda su obra, porque la tentación se prolongará durante todo el desarrollo de su misión mesiánica. Siempre habrá alguien que pretenda disuadirlo, apartarlo del camino que el Padre le ha trazado. Su vida será una constante lucha entre el “fuerte” y el “más fuerte” (3,21-30), lucha que concluirá en una victoria definitiva para él, anunciada ya desde ahora con las imágenes de los animales salvajes y los ángeles a su servicio (Gn 2 y 3). Jesús será el segundo Adán, que, venciendo a quien venció al primero, restablecerá para toda la creación el proyecto originario de Dios.

El Proyecto de Jesús: El Reino de Dios: Al comienzo del relato de Marcos sobre la vida de Jesús, antes de presentar su práctica liberadora, se nos dice de una forma muy solemne: Después que tomaron preso a Juan, Jesús fue a la provincia de Galilea a proclamar la buena nueva de Dios. Hablaba de esta forma: «el plazo está vencido, el Reino de Dios está llegando. Tomen otro camino y crean en la Buena Nueva». (1,14-15). Es un hecho histórico innegable, atestiguado por toda la tradición y todos los documentos y fuentes, que el centro de la acción y predicación de Jesús fue el Reino de Dios. Jesús no se predicó a sí mismo, tampoco predicó a la Iglesia; ni siquiera podemos decir que el objeto de su predicación fue Dios en sí mismo, sino el Reino de Dios. Este fue el secreto más profundo de la vida de Jesús: su proyecto histórico, su estrategia, el sentido de su vida.

Jesús busca con su práctica y su palabra restaurar el proyecto de Dios en la historia; con su práctica de liberación, quiere también hacer justicia a los pobres y oprimidos y así restaurar el proyecto de Dios. Por eso Jesús descubre la presencia del Reino de Dios, de la intervención liberadora de Dios en la historia, en todas las acciones que él está haciendo.  Cuando Jesús sana a los endemoniados, cuando cura a los enfermos y leprosos,  cuando perdona los pecados y come en casa de los publicanos y pecadores, cuando restaura la vida humana aunque sea en día Sábado y pone la ley al servicio del ser humano y libera al ser humano del servicio a la ley, etc. entonces está llegando el Reino de Dios. Dios está haciendo justicia y liberando. Dios está interviniendo en la historia a través de sus acciones y palabras. Por eso es que la llegada del Reino de Dios es una Buena Noticia para todos los pobres y oprimidos de la Galilea donde él estaba actuando.

El pueblo judío esperaba la venida de un Mesías, cuya función sería la de restaurar el Reino de Dios. Pero los judíos del tiempo de Jesús tenían una idea totalmente diferente del Reino de Dios. La gran mayoría  de  ellos  identificaba  el  Reino  de  Dios  con  el  reino  de  Israel,  el  reino  político  de  una  nación determinada. Los judíos esperaban así un Mesías que  vendría a liberar al  pueblo judío del dominio  del Imperio Romano y  transformarlo en una nación poderosa. Ellos esperaban que el Mesías viniera de una manera extraordinaria, espectacular, que sería recibido en Jerusalén por todas las autoridades máximas de la nación. Jesús estaba predicando la llegada del Reino de Dios de una manera totalmente diferente. No lo hacía en Jerusalén, la capital, donde vivían los judíos importantes y ricos, los judíos «puros», que no se mezclaban con los paganos, sino que Jesús predicaba en la provincia de Galilea, región despreciada por la capital. Jesús no se dirigía a las autoridades del templo judío, a los sumos sacerdotes, a los grandes letrados, a los representantes de las grandes familias y a los terratenientes de la época, sino que Jesús se dirigía a las multitudes pobres y despreciadas de la Galilea: campesinos, pescadores, enfermos, endemoniados, leprosos,  pecadores, publicanos. Jesús no venía a restaurar el reino político de Israel, sino que venía a liberar a los pobres y oprimidos, venía para hacer justicia para restaurar el proyecto de Dios.

Esta manera de anunciar el Reino de Dios fue una buena noticia para los pobres, pero fue una mala noticia, una noticia inquietante e indignante para los jefes del pueblo de Israel. Jesús proclamaba que la vida humana era más importante que la Ley, que la presencia liberadora de Dios estaba entre los pecadores, que el Reino de Dios era como una boda, como un vestido nuevo, como un vino nuevo, que  entraba en total contradicción con todo el sistema político y religioso de Israel, todo esto iba en contra de la teología dominante, en contra de las autoridades de Israel y sus propias esperanzas de liberación que eran de opresión y dominación para las mayorías pobres de la época de Jesús. Es por todo esto que los fariseos y autoridades decidieron asesinar a Jesús. Como la concepción de Jesús sobre el Reino de Dios era tan diferente a la concepción dominante, Jesús no quiso llamarse, ni quiso que lo llamaran con el título de Mesías. Para Jesús ser considerado Mesías era como una tentación. A Jesús le interesaba por encima de todo dejar bien claro cómo él entendía el Reino de Dios, como acción liberadora de Dios en la historia, buena noticia para todos los pobres, oprimidos y despreciados de su tiempo.