1.
Sacrificios en el Templo: Con motivo de la fiesta, y para atender a las necesidades de los
peregrinos, se organizaba en torno al templo, en el atrio de los gentiles, un
gran mercado que ofrecía todo lo necesario para los sacrificios. Los más
pudientes compraban ovejas o bueyes. Los menos afortunados adquirían palomas.
La presencia de los cambistas era necesaria ya que las ofrendas debían hacerse
en moneda judía, para evitar las efigies del emperador o de los dioses paganos
que figuraban en otras clases de moneda. Era todo un negocio, sobre todo para
la clase sacerdotal. El gesto de Jesús es interpretado como una acción
profética en la tradición sinóptica, que cita a Isaías (Is 56,7) y a Jeremías
(Jr 7,11). El texto de Juan cita a Zacarías (Zac 14,21), que hace referencia
clara a los tiempos mesiánicos. Estos han llegado. Es la gran enseñanza que
ofrece el evangelio de Juan: Jesús inaugura un tiempo nuevo en el campo de las
relaciones del ser humano con Dios. Reemplaza al templo antiguo, que era la
institución más significativa de Israel.
2. "Los Judíos" en el Ev. de Juan: El Evangelio de Juan tiene el carácter de un largo
debate sobre la identidad de Jesús. En este debate cristológico está de una
parte Jesús y de la otra "los Judíos". Pero este debate, más que la
situación histórica del tiempo de Jesús, expresa la situación desarrollada
hacia los años ochenta del primer siglo entre los seguidores de Jesús y los
hebreos, que no lo han aceptado como Hijo de Dios y Mesías. Ciertamente, el
enfrentamiento se inició ya durante el ministerio de Jesús. Pero la división
entre los dos grupos, que étnicamente eran todos lo mismo y constituido por
hebreos, se hizo definitiva cuando aquellos que no aceptaban a Jesús como Hijo
de Dios y Mesías, sino que lo tenían como blasfemo, expulsaron a los seguidores
de Jesús de las sinagogas, o sea, de la comunidad de fe hebraica (ver Jn 9, 22;
12,42; 16,2). Por tanto, "los Judíos" que encontramos a menudo en el cuarto
evangelio no representan al pueblo hebreo. Son los elementos literarios en el
debate cristológico que se desata en este evangelio. Ellos representan, no una
raza, sino a aquellos que han tomado una posición clara de rechazo absoluto de
Jesús. En una lectura actualizada del evangelio, "los Judíos" son todos aquellos que rechazan a Jesús, sea
cual sea la nación o época a la que pertenezcan.
3. Los signos: Las curaciones y otras
acciones taumatúrgicas de Jesús que los evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y
Lucas) llaman milagros o prodigios, Juan los llama signos. En cuanto que son
signos señalan algo que va más allá de la acción que se ve. Ellos revelan el
misterio de Jesús. Así, por ejemplo, la curación del ciego de nacimiento revela
a Jesús como luz del mundo (Jn 8,12; 9, 1-41); la resurrección de Lázaro revela
que Jesús es la resurrección y la vida (ver Jn 11, 1-45). En nuestra
narración los "Judíos" piden un signo en el sentido de una prueba, que
autentificara las palabras y acciones de Jesús. Pero en el cuarto evangelio,
Jesús no obra signos como pruebas que garanticen la fe. Una fe basada en los
signos no es suficiente. Es sólo una fe incipiente que puede conducir a la
verdadera fe (ver Jn 20.30-31), pero que también puede no tener éxito (ver Jn
6,26). El evangelio de Juan nos pide que
vayamos más allá de los signos, de no quedarnos en lo maravilloso, sino acoger
el significado más profundo de revelación que los signos quieren indicar.
4. Jesús nuevo Templo El templo de Jerusalén era el lugar de la presencia de Dios en medio de su pueblo.
Sin embargo, los profetas insistieron incesantemente en que no bastaba acceder
al templo y ofrecer sacrificios para ser agradables a Dios (ver Is 1,10-17; Jer
7, 1-28; Am 4, 4-5; 5, 21-27). Dios pide la obediencia y una vida moralmente
recta y justa. Si el culto exterior no expresa estas posturas vitales, es vacío
(ver 1 Sam 15, 22). Jesús se injerta en esta tradición profética de
purificación del culto (ver Zac 14, 21 y Mal 3,1 para la acción del futuro
"Mesías" a este respecto). Los discípulos lo admiran por esto y
rápidamente piensan que por este modo de comportarse tendrá que sufrir en la
persona como Jeremías (ver Jr 26, 1-15) y los otros profetas. Pero para el evangelio de Juan la acción de Jesús es más
que un gesto profético de celo por Dios. Es un signo que prefigura y anuncia el
gran signo de la muerte y resurrección de Jesús. Más que una purificación, lo
que hace Jesús es anunciar la abolición del templo y del culto allí celebrado,
porque ya el lugar de la presencia de Dios es el cuerpo glorificado de Jesús
(ver Jn 1,51; 4, 23).
5. Muchos creen en Jesús. Los milagros-signos que hace Jesús carecen de
importancia si no llevan a la fe. Cuando la gente preguntó a Jesús qué obras
debía realizar para cumplir la voluntad de Dios, él contestó: la única obra es
la fe (6,29). Aquí se manifiesta Jesús sobre la necesidad de la fe en la
palabra (2,23-25). Si el entusiasmo suscitado por Jesús no lleva a la fe
verdadera, a la que se apoya en su palabra, es como rocío mañanero, no sirve de
nada. El milagro puede suscitar la fe si se convierte en signo; si se descubre
a Dios actuando en él; si el milagro es otro medio de predicación, como lo fue
en tiempos de Jesús. Siempre será muy precaria una fe que necesita de los
milagros como soporte de la misma (7,31; 10,42; 14,11). La bienaventuranza de
la fe va dirigida a aquellos que creyeron sin haber visto (20,29), fiándose de
su palabra o del testimonio apostólico (4,48).